Pero lamentablemente no es el tiempo que tarda en responderte al mensaje. Puede tardar días, meses, años quizás. Sin embargo, siempre contesta. Y es cuando te empiezas a preguntar si realmente merece la pena la espera. La espera por esa llamada, que te devuelve el aliento de vida que tanto necesitas.
Y ya no es tanto la espera por esa llamada, porque sabes que se producirá. Lo más ingrato, lo más desesperante, es esperar por tu llamada. Por esa llamada en la que me digas que vuelves a mi lado. Aunque solo dure 35 segundos. Es tiempo suficiente para saber que no voy a tardar 35 segundos en llegar al sofá y apalancarme, porque estarás esperándome tras la puerta, igual que un ladrón espera su víctima, para robarme el primer beso. El tiempo suficiente para hacer que se dibuje una sonrisa en mi cara. El tiempo suficiente para saber que soy feliz...
Pero como cada día, esa llamada no se produce. El teléfono no suena. Está en su esquina, en silencio. Quizás esté desconectado, pero no me importa. Me despierto todos los días pensando en ese teléfono. Caliento mi café 35 segundos en el microondas, y dejo que se enfríe otros 35 segundos para tomármelo en 35 segundos. Y me siento a esperar que suene, mientras en el telediario dicen que un corredor ha ganado por 35 segundos, y en el reloj marcan las 7h, 15 min y 35 segundos.
Y me doy cuenta de lo importantes que son 35 segundos. En una llamada, en una carrera, en el microondas... en la vida. Me quedo pensando en eso, en 35 segundos. Y me doy cuenta de que he perdido un día entero. Nadie me ha molestado, vivo solo. Nadie me ha echado de menos, no ha sonado mi teléfono. Decido que ya he pensado bastante por hoy. Salgo de casa y el frío aire de la noche primaveral trae hasta mis oídos los ruidosos acordes del concierto rock que se celebra en la otra punta de la ciudad.
Decido alejarme en dirección contraria. No quiero música, no estoy para ello. Enciendo un cigarrillo, y aspiro el humo. Lo saboreo, lo disfruto, y me pica en los ojos al expulsarlo. Decido que tengo que dejar de fumar, y tiro el cigarrillo al suelo. Acto seguido, saco otro del paquete y lo enciendo. Y dejo que me lleve.
Tan absorto estoy en mis pensamientos que no me doy cuenta de donde estoy. Un semáforo, en rojo. Dentro de unos instantes se pondrá en verde. Tendré que decidir si cruzo la calle o no, sabiendo que si cruzo no hay vuelta atrás. Pero sabiendo que aún así, la esperanza me llamará...
No sé qué hacer. No sé si esperar esa llamada o cruzar la calle. El tiempo se agota, no hay tiempo para pensar. El semáforo se pone en verde.
Tengo 35 segundos. El tiempo que se tarda en cruzar un semáforo.
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“En los vértices del tiempo”
Salamanca, 25 de Abril de 2008
Grande.Como siempre.
ResponderEliminarNo cambies,sigue escribiendo,no lo dejes.No pierdas ese estilo,esa esencia,que te marca y distingue.Que te caracteriza.
Diselo antes de que se acabe el tiempo y pasen los 35 sec.
Arrepientete de lo que has hecho,y no a la inversa.
Cuídate,bss.