12 noviembre 2007

Fuego

Te vas. Te desvaneces de mi vida, como el humo escapa por la chimenea, haciendo remolinos, intentando huir hacia la libertad de la noche. Llevo dos horas mirando cómo se consumen los troncos de la felicidad en la hoguera de la tristeza, intentando apagar las llamas con mis lágrimas, que no hacen sino avivar el fuego del amor que un día sentimos. Intentando mitigar el dolor que tus palabras dejaron en mi corazón, ahora hecho pedazos que se esparcen por este salón, mezclados con una taza de café frío y el periódico del día anterior.

Me tumbo en la alfombra, dónde nos abrazamos la última noche, al calor del fuego, frente a la chimenea, que se apaga lentamente dejándome sumido en la oscuridad de mis pensamientos. Todavía conserva el olor de tu perfume, tan característico como infantil, y que tanto me gusta. Cierro los ojos, y me acuerdo de tus besos mientras suavemente me abrazabas; de las tiernas caricias en tu cara mientras dormías como una niña pequeña. Del olor de tu pelo; de tus profundos ojos negros, y de la sonrisa que un día me hechizó.

Abro los ojos, y esa misma sonrisa me mira desde la puerta. Unos profundos ojos negros me sonríen diciéndome “ya he vuelto”. Te acercas, sigilosa, silenciosa. Me miras, y con lágrimas en los ojos, me abrazas suavemente y me besas. Te acaricio la cara con ternura, mientras el olor de tu pelo me dice que ya estás en casa, y que nunca te vas a ir.

La hoguera se ha encendido de nuevo. Al igual que el ave fénix, el amor a veces tiene que morir para continuar viviendo, con más fuerza, con más entusiasmo y con más pasión. Al igual que la hoguera, el amor solo precisa de una pequeña chispa para volver a arder.

Porque donde hubo fuego, cenizas quedan.

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“El amor, es como el fuego.
Ven antes el humo los que están fuera,

que las llamas los que están dentro”

Salamanca, 11 de Noviembre de 2007

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Rubén