Me tumbo en la alfombra, dónde nos abrazamos la última noche, al calor del fuego, frente a la chimenea, que se apaga lentamente dejándome sumido en la oscuridad de mis pensamientos. Todavía conserva el olor de tu perfume, tan característico como infantil, y que tanto me gusta. Cierro los ojos, y me acuerdo de tus besos mientras suavemente me abrazabas; de las tiernas caricias en tu cara mientras dormías como una niña pequeña. Del olor de tu pelo; de tus profundos ojos negros, y de la sonrisa que un día me hechizó.
Abro los ojos, y esa misma sonrisa me mira desde la puerta. Unos profundos ojos negros me sonríen diciéndome “ya he vuelto”. Te acercas, sigilosa, silenciosa. Me miras, y con lágrimas en los ojos, me abrazas suavemente y me besas. Te acaricio la cara con ternura, mientras el olor de tu pelo me dice que ya estás en casa, y que nunca te vas a ir.
La hoguera se ha encendido de nuevo. Al igual que el ave fénix, el amor a veces tiene que morir para continuar viviendo, con más fuerza, con más entusiasmo y con más pasión. Al igual que la hoguera, el amor solo precisa de una pequeña chispa para volver a arder.
Porque donde hubo fuego, cenizas quedan.
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Ven antes el humo los que están fuera,
que las llamas los que están dentro”
Salamanca, 11 de Noviembre de 2007
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A lo mejor... hasta contesto ;-)
Rubén