Hay días que parecen infinitos, que nunca terminan. Se hacen eternos, las horas parecen detenerse en el ocaso de la soledad. Otros son como si nunca hubieran existido. Como esas horas que pasas dormido tras una borrachera de caricias, besos amargos y ron barato. Esas horas en las que la resaca despeja los sentimientos olvidados la noche anterior en una copa.
Y es cuando una lágrima resbala por la mejilla. Lento. Despacio. Arrastrando las impurezas dejadas por tus besos. Llevándose con ella lo poco que me quedaba de ti. Y cae. Se estrella contra el suelo, mientras mis manos acarician lentamente el aire, imaginando que tocan tu cuerpo. Anhelando el suave tacto de tu piel. Susurrando la última canción que bailamos juntos. Esa canción que fue la despedida, tu último beso.
Y me siento cada noche, en la oscuridad de un banco del parque, a conspirar contra los pensamientos y los sentimientos. A urdir tramas para olvidar lo que nunca existió. A buscar cómplices de las cartas que nunca te escribí. A buscar pistas que me lleven a ti, y me digan que no me has olvidado. Que me sigues queriendo. Que siempre me has querido. Que mis cartas te llegaron, y las guardaste en un lugar oculto de tu corazón, esperando el momento idóneo para contestarme.
Pero lo único que consigo es quedarme dormido. Es el sueño quien ha conspirado contra mi, invadiéndome, envolviéndome.
Cuando quise despertar, ya era de noche...
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"... ¿y cómo huir cuándo no quedan islas para naufragar?..."
Salamanca, 27 de Marzo de 2008