20 enero 2008

Antros de soledad

Es de noche. Camino por una estrecha calle, donde las piedras de viejos edificios dibujan corazones por los que se escurren lagartijas en busca de un amor perdido. Donde un aire de sentimientos tan pronto es frío como se vuelve caliente. Donde parejas se dan besos apasionados al amparo de la oscuridad y de unos portales estratégicamente abiertos.

Entro en uno de los muchos antros que hay en la calle. Es uno de mis preferidos. Gente solitaria ahogándose en un vaso de whisky, mujeres llorando las escapadas de su marido con una de tantas amantes, escritores fracasados buscando la inspiración en un cigarrillo y un fuerte olor a humedad y brea, como la bodega de un barco.

Pido una cerveza de importación y me siento en la mesa más alejada de la puerta, en un rincón oscuro. La mirada de un cuadro de la pared hace resurgir la añoranza que siento por ti, el saber que me estás volviendo loco con tu ausencia, recuerdos de un pasado incierto y de un futuro anhelado junto a ti. De conversaciones interminables, palabras sordas y fotos rotas enmarcadas en sueños de papel. De promesas incumplidas, besos apagados y canciones mediocres colándose por los oídos de la soledad.

Una soledad que nos envuelve a todos los que estamos en este antro, inundando cada rincón de nuestro cuerpo, cada parte efímera del alma. Cada una de las penas que venimos a llorar aquí cada noche, a enterrar las golondrinas muertas durante el día por los despojos del amor incomprendido, a sacrificar unos minutos más de vida.

El bar cierra sus puertas. Borrachos empedernidos se tambalean hacia la puerta, como almas en pena esperando su momento. Salgo a la calle. Está amaneciendo; una brisa fría con olor a salitre me acaricia la cara, y me arranca un pedazo más de vida para llevársela contigo. Lo sé y lo acepto, porque siempre es mejor esto que nada...

Porque al menos así te acordarás de mi

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"Sabes mejor que yo que hasta los huesos

solo calan los besos que no has dado..."

Salamanca, 20 de enero de 2008