A mi izquierda, una cerveza y una cajetilla de tabaco. Mahou y Camel. No me gustan los lujos, aunque para despedirme bien lo podría haber hecho con una cerveza de importación como Dios manda, y con un buen puro habano, o unos cigarrillos mejores.
A mi derecha, un revólver 85 UL, con el tambor repleto de balas. Pensé en
jugármelo a la ruleta rusa, pero cambié de opinión. Así no tendré posibilidad de fallar. En cualquier caso, seguro que con una bala me basta. Todavía me sorprendo de la facilidad con la que lo conseguí. Bastaron unos cuantos euros y un poco de "coca" para que aquel yonki me lo consiguiera. "Solo necesito doscientos euros, un poco de coca para pasar el mono, y 24 horas, y tendrás en tus manos un revólver "limpio". Lo que hagas con él, ya es cosa tuya".

Delante, una hoja de papel, en blanco, sin cuadraditos ni nada de eso, dispuesta a que agarre el bolígrafo y con mi temblorosa mano, trace en ella las letras, que formarán las palabras que compondrán las frases y así de esta forma redactar el escrito que de sentido a mi vida... o que arruine definitivamente los pocos buenos recuerdos que queden de ella.
En la radio, una canción: "Nothing else matters", el gran éxito de Metallica versionado por una cantante de la que lo único que recuerdo es que tenía muy buen ver. Bebo despacio la cerveza, saboreando cada sorbo, mientras voy escribiendo lo que tengo que decir... o más bien lo que debía haber dicho hace mucho tiempo y que no tuve valor de decir, por miedo a hacer daño, o por miedo a hacerme daño a mi mismo. Me quedo embobado mirando por la ventana. Es de noche y solo se ven al fondo las luces de los barrios bajos que están al otro lado del río. Enciendo un cigarrillo, ese mismo que hace cinco años me prometí dejar en el paquete, y no volver a coger nunca. Le doy una larga calada y me dispongo a seguir escribiendo.
Acabo el escrito con una frase que leí hace años en un libro que nadie conoce, y los pocos que lo conocen, probablemente ni lo recuerden.
"Solo recordamos lo que nunca sucedió"
Apago el cigarrillo y me termino la cerveza. Lentamente cojo el revólver, y tenso el percutor. Me acerco el cañón a la cabeza, por encima de la patilla de las gafas. Cierro los ojos y apreto el gatillo. Por unas milésimas de segundo, siento la bala quemar mi piel, y atravesar el cráneo.
Y luego..... oscuridad.
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Zamora, 3 de Agosto de 2006